Cuando las relaciones de producción existentes en una sociedad se convierten en un obstáculo para el desarrollo de las propias fuerzas productivas de esa sociedad, decimos que se abre una época de revolución social dentro de ese sistema. Es lo que afirma Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. Corría entonces el año 1859.
¿Estamos en una época de revolución social? ¿Existe, en la actual sociedad capitalista, una situación en la que las fuerzas productivas no pueden alcanzar un grado superior de desarrollo porque la propiedad privada de los medios de producción lo impide?
Si la respuesta a la segunda pregunta es afirmativa, entonces hay que contestar a la primera diciendo que sí estamos en una época de revolución social.
Claro que los tiempos históricos y los procesos sociales son de una dimensión diferente a los procesos biológicos de las personas, por mucho que éstas puedan tener la capacidad de determinar de forma significativa la subjetividad de la acción política de sectores más o menos amplios de las masas. Por tanto, en la práctica política, es necesario tener una ajustada valoración de la temporalidad de los procesos, que no necesariamente se desarrollan al ritmo de nuestra propia vida, sino que tienen su propia lógica temporal, y se desarrollan de forma imparable.
Con estas primeras consideraciones quiero fijar mi posición a favor de que, hoy, vivimos en una situación en la que el altísimo desarrollo de las fuerzas productivas ha entrado en radical e irreconciliable contradicción con las relaciones de producción (que, de una forma más precisa, es contradicción con la propiedad privada de los medios de producción). Un escenario, según Marx, de revolución social.
La sociedad capitalista actual está caracterizada por el gran dinamismo de las innovaciones tecnológicas, principalmente en el campo de la informática, que se aplican masivamente a todos los sectores de la producción, y que infiltran a todo el tejido social, hasta los más profundos rincones de nuestra vida cotidiana. Esta formación social, con distinto ritmo según países, se adentra de forma natural en la época de la robotización, impulsada hoy con más fuerza al calor de la nueva tecnología del 5G.
La capacidad de esos avances tecnológicos para dar solución a demandas masivas de la especie humana es impresionante. Ciertos sectores de la ciencia empiezan a recurrir al término antropoceno para caracterizar lo que consideran el inicio de una nueva era geológica, marcada por la capacidad del ser humano para modificar la naturaleza como nunca antes fue posible. La realidad material de las condiciones de vida de los diferentes grupos sociales cambia de forma incesante y acelerada, con una gran capacidad para intervenir sobre la naturaleza de forma continuada.
Este fantástico desarrollo de las fuerzas productivas permitiría hoy la solución a problemas masivos de la Humanidad: necesidad de agua potable, medicamentos elementales para sanar enfermedades que sin ellos resultan mortales, producción de alimentos para evitar las situaciones de carencias y hambre, etc. Ese desarrollo científico también haría posible que el trabajo no fuera tan penoso como lo es en la actualidad, especialmente en ciertos sectores, de tal manera que sería posible reducir notablemente el tiempo de la jornada laboral, ganando parte de ese tiempo para dedicarlo a otras actividades humanas.
¿Por qué razón ello no se convierte en una realidad práctica?
Sencillamente porque la propiedad privada de los medios de producción, la propiedad capitalista de los mismos, lo impide. En esta sociedad, el desarrollo libre de las fuerzas productivas a un nivel superior llevaría al estallido de una profunda crisis del sistema, que, desde hace décadas, y de forma reiterada, quema cosechas de café, destruye otras producciones agrarias, subvenciona el sacrificio de ganado y la reducción de la producción láctea, cierra minas, astilleros y siderurgias, mantiene a millones de trabajadoras y trabajadores en paro prolongado, …. Y ahora, últimamente, y para mayor claridad, la primera potencia mundial trata de impedir que China avance en el desarrollo y aplicación del 5G.
Los monopolios farmacéuticos, que hacen de la venta de cualquier medicamente un factor de negocio millonario, impiden que miles de personas salven su vida al no disponer de capacidad económica para comprarlos. Igualmente, que millones de personas no tengan acceso al agua potable está directamente vinculado a los intereses de los monopolios de la distribución del agua, y a sus insaciables ganancias: Suez, Agbar, Nestlé, etc.
Pero, además, esas fuerzas productivas tan desarrolladas tienen un “alto carácter social”, de tal forma que, en la actualidad, la producción de cualquier mercancía, grande o pequeña, precisa de la participación de trabajadoras y trabajadores de países y sectores muy diversos: industria extractiva y transformadora, tecnologías informáticas, medios de transporte, infraestructuras civiles variadas, almacenes, medios audiovisuales, etc. Toda mercancía condensa hoy el valor de una cantidad ingente de fuerza de trabajo. Es decir, lo que llamamos “una altísima socialización de la producción”. Y en ese proceso, extenso e intenso, interviene parasitariamente alguien que tiene la propiedad de los medios de producción, y que es quien se queda con toda la ganancia.
Manifiesta contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter antisocial de la apropiación del valor producido.
Por ello es posible afirmar que en la sociedad capitalista actual, el desarrollo de las fuerzas productivas, constituye ya la base material necesaria para el tránsito a la sociedad socialista. Manifiestamente sobran los capitalistas, que ya son un lastre sin posibilidad de reconversión. La intervención del Partido de vanguardia es decisiva en esta tarea, y se iniciará la construcción de la superestructura coherente con esa base material que, al igual que en todo proceso de cambio de sistema de producción, nace y se conforma en el mismo interior del sistema que ya caduca.
No es tan complejo escribir una ecuación en la que los sumandos del primer término son: desarrollo de las fuerzas productivas + propiedad privada de los medios de producción + concentración y centralización del capital + crisis de sobreproducción y sobreacumulación + reiterada destrucción de fuerzas productivas. Y cuyo segundo término es: = revolución social.
Claro que caracterizar así al capitalismo actual es, para la clase dominante, una lógica terrorífica, de auténtico pánico. Esa clase dominante necesita ocultar tal visión de la realidad, disfrazarla alevosamente, y evitar que la mayoría social pueda tener conocimiento de esta incontestable evidencia. Por encima de todo, el sistema necesita aparentar estabilidad, y también capacidad para mantener unas mínimas condiciones de vida, aunque ello sea en un contexto de generalizada alienación de las masas, acompañada de violencias de todo tipo.
Mientras la clase dominante va ganando en la lucha ideológica, y, de forma inestimable, consigue para ello la colaboración de fuerzas que se proclaman del cambio social, el tiempo de la dominación y la explotación se alarga como una goma elástica. Hoy funciona ese factor de alienación con una eficacia que ocasionalmente adquiere momentos álgidos, por ejemplo, llevando al 75% del electorado a las urnas en las pasadas Elecciones Generales, a votar “por el menos malo”.
La lucha ideológica explícita, metiendo el bisturí con determinación para poner al desnudo el agotamiento real de la formación capitalista, y poniendo de manifiesto la necesidad del cambio social (revolucionario), es un factor imprescindible para la activación de las masivas fuerzas sociales y políticas que han de protagonizar ese tránsito histórico.
En estos días, todo escenario de cambio parece limitado a las posibilidades de gestión socialdemócrata del capitalismo español. El debate se limita a las condiciones y a las cuotas que se regatean para la participación en esa gestión. El país pendiente de ello, las grandes masas haciendo apuestas sobre la forma en que todo se dará finalmente.
Si se tiene la voluntad y el compromiso de cambiar el actual estado de cosas es necesario analizar científicamente la realidad, mirar por encima del ruido de los medios, y alzar la voz desde la independencia de clase, para poner en evidencia la esterilidad de los intentos transformadores dentro de los límites del sistema. Como decía Fernando Sagaseta, “en una realidad, como esta en la que vivimos, lo menos que podemos esperar es que nos consideren locos”.
Hoy el camino al futuro pasa por la defensa de un proyecto político autónomo e independiente, para ganar la conciencia de las amplias masas, que, si bien hoy aparecen alienadas y sometidas, mañana desarrollarán su inmenso impulso emancipador, sin que entonces para nada sirvan ya las argucias y las manipulaciones de esta dictadura. Dictadura del capital que hoy soportamos bajo la forma histórica de monarquía parlamentaria, y que algunos complacientemente llaman democracia.
Ni consensos, ni pactos, ni gobiernos de progreso. Movilización de masas y un nuevo paradigma para la emancipación, para la organización social, para la república, para la autodeterminación y para el socialismo. Vivimos en tiempos de revolución social.
Carmelo Suárez
Secretario General del PCPE